viernes, 20 de julio de 2012

El mapa del tiempo


Cuando aún cabalgaba entre la infancia y la pubertad, cayó en mis manos una serie de clásicos de la literatura universal adaptados para niños. No eran más que reducidas versiones de sus hermanos mayores, de apenas ciento veinte páginas y con ilustraciones, pero que bastaron para despertar en mí la sed de aventuras. Gracias a estas adaptaciones me sumergí en los mundos de Veinte mil leguas de viaje submarino, La isla del tesoro, Las minas del Rey Salomón, El hombre invisible, La máquina del tiempo y muchas otras joyas.

Casi dos décadas después, hace ahora apenas cuatro meses, leí un artículo donde se hacía eco de la nueva novela de Félix J. Palma, El mapa del cielo, la cual, decía el periodista, era la continuación de una serie victoriana que rendía homenaje a uno de los padres de la ciencia ficción, Herbert George Wells, y que venía firmada por la pluma de uno de los más prometedores escritores del panorama español. En el caso de la obra recién publicada, homenajeaba a La guerra de los mundos; en cuanto a la primera, publicada hace cuatro años y aclamada por crítica y público, reverenciaba a La máquina del tiempo. Esto despertó mi curiosidad y dos semanas después ya había comprado la primera novela, El mapa del tiempo, XL premio Ateneo de Sevilla, que permaneció en mi estantería hasta que decidí leerla y disfrutarla.

Y mi conclusión es que el homenaje resulta a medias, unas veces debido al autor, otras, al editor, y otras, la verdad, debido a las expectativas depositadas.

lunes, 9 de julio de 2012

Las brujas de Arnes


Cuando, ya hace unos meses, mi madre me anunció la compra de un libro "muy especial" –encontrado en una librería pequeña, de un pueblo pequeño del Matarraña y firmado por el mismo autor, por pura casualidad-, no di mucha importancia a sus palabras. Me encontraba en mitad de curso, con muchas tareas acumuladas y apuntes que estudiar y, su razón, acertada como siempre, no me produjo ninguna reacción más productiva que un leve movimiento de cabeza, que intentó simular un asentimiento.

Pero el curso acabó y llegó Sant Joan. Personalmente -y a pesar de los cohetes-, tengo una predilección especial a esta festividad, así que decidí pasar ese fin de semana con mi familia. De esta manera fue como me reencontré con el libro: lo vi, de refilón, en la estantería de mi habitación -la que aguanta el peso de tantas historias- dispuesto, estratégicamente, entre los míos.

Lo cogí y susurré "Les bruixes d'Arnes...". Con un impulso y, sin ni siquiera leer la contracubierta, me lo puse en el bolso. Sin saberlo, emprendí un viaje del que nunca querría regresar. Y es que la historia que narra David Martí en esta obra me ha llegado hasta las profundidades del alma, reconectando cantidad de hilitos que arrastraba –que muchas mujeres arrastramos- y que, hasta este momento, no podía comprender.

miércoles, 4 de julio de 2012

La mecánica del corazón


Hay libros que, con tan sólo ver la portada, te entran por los ojos. Éste, sin duda, es uno de ellos. También hay libros que, después de leerlos, te preguntas, desilusionado, ¿por qué? Éste también es uno de ellos. Y algunos libros, desde el comienzo, comienzan a olerte mal. Y éste, para no ser menos, es uno de ellos. Y me entristece sobremanera reconocerlo: La mecánica del corazón es un despropósito de fábula juvenil con personajes de Tim Burton y disfrazada de cuento adulto, como un regalo con un envoltorio precioso, pero que contiene una corbata barata estampada con mi pequeño Pony. Quizás mi desilusión deba su origen a que pido más a las lecturas, mucho más. No me conformo con leer una historia y quedarme con lo bonito de la idea, porque ésta, todo hay que decirlo, es muy bonita, sino que reclamo una dosis de originalidad, y La mecánica del corazón adolece de ella, al igual que falla en el desarrollo, no se exponen bien los conflictos entre los personajes, hasta el punto que algunos resultan poco, o nada, creíbles —sobre todo el forzado inicio del romance entre Jack y Miss Acacia—, pero más que nada falla en la calidad literaria del texto, porque un servidor, qué queréis que os diga, se aleja de la historia cuando el protagonista, Jack, un niño escocés nacido a finales del siglo XIX, parece que viaje al futuro y hace símiles entre sus sentimientos y la tensión de aficiones durante un partido de fútbol, o el funcionamiento de un bulldozer —que no fue inventado hasta 1929—, o escriba párrafos constituidos por imágenes y metáforas simplonas, al más puro estilo pop, de fácil consumo. Habrá que perdonar a su autor todas estas carencias, dado que procede de un grupo musical de éxito en Francia y siempre resulta difícil quitarse el corsé de la profesión. O quizás sea la traducción del francés al español lo que falla, aunque lo dudo.