domingo, 11 de noviembre de 2012

Relatos de lo inesperado


Si menciono a Roald Dahl, puede que no haya una gran cantidad de personas a la que le suene tal nombre. En cambio, si enumero libros infantiles como Las brujas, Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, El gran gigante bonachón y Matilda, seguramente este autor resulte más conocido.

Durante los primeros años noventa, cuando yo aún iba a caballo entre la infancia y la adolescencia, y todavía no había aterrizado en España el fenómeno de Harry Potter y la moda de las sagas de historias que se estiran hasta el infinito y más allá, los libros de Roald Dahl me causaron fascinación por su extraordinaria imaginación. Sus cuentos eran protagonizados por niños, comúnmente acosados por villanos, y a menudo recurrían a la magia o a sus capacidades especiales para superar cuanto obstáculo se les interpusiera en el camino. Las páginas de estos libros se encontraban plagadas de una sustancia invisible que te mantenía pegado a ellas, una materia que por aquel entonces no supe identificar, pero que ahora sí alcanzo a reconocer: dosis de humor negro y dulce crueldad adaptadas para niños.

Yo ya sabía que Roald Dahl tenía otra faceta más adulta, pero nunca le presté demasiada atención hasta que cayó en mis manos este Relatos de lo inesperado. Parecía la ocasión perfecta para comprobar hasta qué punto desplegaba su arsenal de humor negro y crueldad, y por qué motivo Alfred Hitchcock había adaptado para la televisión muchas de sus historias.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Por qué somos como somos


Poca gente desconoce a ese anciano con rostro mitad bonachón, mitad neurótico, de pelo blanco revuelto, que le confiere el aspecto de un científico loco, y que incluso ha anunciado pan de molde. Pero no es un científico, y tampoco está loco: es abogado, economista y le encanta ser popular. Y yo me pregunto: ¿en qué momento decidió meterse a divulgador de la ciencia?

Reconozco que, hasta hace poco, sentía simpatía por él, apenas había indagado en sus teorizaciones, y sólo había visto un programa de Redes hace cosa de un año, con un amigo, y en considerable estado de somnolencia. Sin embargo, la idea de que existiera en España un divulgador tan popular que acercara la ciencia al gran público me parecía un hecho admirable. Repito: hasta hace poco.

Cuando comencé a leer Por qué somos como somos me pareció un libro muy ameno pero que apenas decía cosas que no supiera antes, si bien ya veía que los puntos de vista y las conclusiones que saca Eduardo Punset rozan el amarillismo científico. Olía un poco a fritanga. Dio la casualidad que encontré por la Web algún amigo escéptico e indignado con declaraciones de este hombre, y mi curiosidad me hizo apartar la vista del libro para centrarme en los comentarios que se hacían sobre él en los mentideros científicos, sobre todo estudiantes de carreras de ciencia pura. Fue cuando conocí sus meteduras de pata y su falta de humildad para pedir perdón por ofrecer información errónea, en las que mezcla física cuántica, teoría de la probabilidad y la acupuntura. Y desde ese momento el libro se me atravesó.