miércoles, 4 de julio de 2012

La mecánica del corazón


Hay libros que, con tan sólo ver la portada, te entran por los ojos. Éste, sin duda, es uno de ellos. También hay libros que, después de leerlos, te preguntas, desilusionado, ¿por qué? Éste también es uno de ellos. Y algunos libros, desde el comienzo, comienzan a olerte mal. Y éste, para no ser menos, es uno de ellos. Y me entristece sobremanera reconocerlo: La mecánica del corazón es un despropósito de fábula juvenil con personajes de Tim Burton y disfrazada de cuento adulto, como un regalo con un envoltorio precioso, pero que contiene una corbata barata estampada con mi pequeño Pony. Quizás mi desilusión deba su origen a que pido más a las lecturas, mucho más. No me conformo con leer una historia y quedarme con lo bonito de la idea, porque ésta, todo hay que decirlo, es muy bonita, sino que reclamo una dosis de originalidad, y La mecánica del corazón adolece de ella, al igual que falla en el desarrollo, no se exponen bien los conflictos entre los personajes, hasta el punto que algunos resultan poco, o nada, creíbles —sobre todo el forzado inicio del romance entre Jack y Miss Acacia—, pero más que nada falla en la calidad literaria del texto, porque un servidor, qué queréis que os diga, se aleja de la historia cuando el protagonista, Jack, un niño escocés nacido a finales del siglo XIX, parece que viaje al futuro y hace símiles entre sus sentimientos y la tensión de aficiones durante un partido de fútbol, o el funcionamiento de un bulldozer —que no fue inventado hasta 1929—, o escriba párrafos constituidos por imágenes y metáforas simplonas, al más puro estilo pop, de fácil consumo. Habrá que perdonar a su autor todas estas carencias, dado que procede de un grupo musical de éxito en Francia y siempre resulta difícil quitarse el corsé de la profesión. O quizás sea la traducción del francés al español lo que falla, aunque lo dudo.

Pero comentemos algo de la trama del libro, sin desvelar mucho: Madeleine es una bruja de Edimburgo que ayuda a las prostitutas a parir, se queda con los recién nacidos e intenta que sean adoptados por las familias apropiadas. Hasta que nace Jack, un pequeño cuyo corazón no funciona de forma adecuada y, para conseguir arreglarlo, le coloca un reloj de cuco en el pecho, cuyo mecanismo debe ser continuamente revisado. Madeleine se encariña de Jack y lo toma como a un hijo. Hace amistad con un viejo mendigo llamado Arthur y dos prostitutas, Luna y Anna, que le regalan un hámster al que llaman Cunnilingus —¿?—. Cuando aún es niño, Madeleine lo lleva de paseo por las calles de Edimburgo, donde se topa con una niña bailarina muy bella —y miope— y de la cual se queda prendado. Tanto es así, que a partir de entonces sólo piensa en ella. Madeleine, sin embargo, hace lo posible para quitar a Jack la idea de la cabeza; alega que, si se enamora, su reloj de cuco dejará de funcionar como es debido y morirá. Jack persiste en su idea y consigue matricularse en la escuela donde, según dicen, estudia la bailarina miope, Miss Acacia, de raíces granadinas. Pero en lugar de encontrarse con la bailarina, se encuentra con Joe, un antiguo romance de la niña, que se convierte en el enemigo de Jack durante los años de colegio. Tras una pelea en la que Joe sale malparado, Jack debe escapar e inicia un viaje hacia Granada en busca de Miss Acacia. Hace parada intermedia en París, donde conoce a Georges Méliès, un cineasta francés, y se le une en la aventura amorosa. Una vez llegan a Granada, Jack encuentra a Miss Acacia y comienzan un idilio secreto —no se sabe muy bien por qué no debe conocerse la verdad— que se ve obstaculizado por la llegada de Joe.

Y hasta aquí puedo contar.

Mathias Malzieu describe paisajes interiores, sentimientos, a golpe de imágenes y metáforas pop, como ya he comentado antes, pero de forma inexplicable desecha todo el embrujo y el lirismo que le ofrecen las localizaciones elegidas como escenario de la historia: Edimburgo, París, Granada. No describe absolutamente nada de ellas, podrían haber sido Madrid, Valdepeñas y Badalona y no se habría notado la diferencia. Y Mathias, para demostrar que le importa un pepino que Jack, perdidamente enamorado de Miss Acacia, pase por al lado de la Alhambra como quien pasa junto a unas viviendas de protección oficial, el clímax de la historia se desarrolla en Marbella. De acuerdo, lo reconozco, no puedo disociar este pueblo malagueño de la imagen de Jesús Gil, pero, por favor, una de las ventajas que tiene la ficción es ser libre para elegir los escenarios más apropiados según la escena.

Como apunte final, Mathias hace trampas con el uso del narrador en primera persona, Jack. Él sólo cuenta lo que ve, lo que oye, lo que lee. Sin embargo, en mitad de la historia tiene aparición una carta que nunca le llega, lo cual lleva a confusión, pues la impresión que da es que Jack, después de leerla, no la ha entendido. O seré yo, que soy muy cuadriculado en esto de la narrativa.

En resumen, La mecánica del corazón es un fast-book de pocas calorías literarias, ideal para aquellos que busquen una bonita idea y una portada para lucir en primavera sentado en un banco del parque, bajo un almendro en flor.

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