sábado, 6 de octubre de 2012

El nacimiento de la República Popular de la Antártida


Hace mucho tiempo, diez Navidades para ser concretos, tuve los Reyes más literarios que recuerdo. Sucedió que entré en una librería –no daré nombres, aunque es de sobras conocida– y comencé a apuntar en una lista todos los títulos que me llamaban la atención. Se contaban por decenas. Pues bien, el día seis de enero me los encontré todos, lo cual, desde luego, anulaba la sorpresa cuando ya iba por el duodécimo paquete que abría. Aún hoy arrastro ciertos títulos pendientes de leer que, con toda probabilidad, se llevarán unos cuantos meses más amarilleando en las estanterías. He de reconocer que no anduve demasiado fino en la elección de mis propias lecturas; se trataban de otros tiempos, era joven e inexperto. En fin.

Intenté leer uno de aquellos títulos cuatro años después de recibirlo como regalo y desistí a las cincuenta o sesenta páginas. Se trataba de El nacimiento de la República Popular de la Antártida, de John Calvin Batchelor. Seis años más tarde, en el presente, lo aceché como un depredador y me dispuse a hincarle el diente, confiando en que esta madurez que me va embargando conseguiría modificar el prisma desde el cual lo había visualizado en su momento. La ilusión me duró sólo cincuenta páginas más que entonces, pero lo terminé por mis santas p*l*tas, después de haber probado a leer este libro en todas las posturas y situaciones imaginables, salvo bajo la ducha, sin lograr cogerle el gusto.

La historia está contada desde el punto de vista del protagonista, desde su nacimiento en Suecia hasta su confinamiento en la Antártida. Hijo de un disidente norteamericano en la época de la guerra de Vietnam y de una hechicera sueca, y nieto de un fanático religioso, se ve obligado a huir con padre, abuelo, amante del padre y toda su familia y amigos cuando los gobiernos del mundo deciden expulsar a los inmigrantes de cada lugar. Los océanos se pueblan de embarcaciones llenas de malditos sin tierra que luchan a muerte por un pedazo de tierra donde vivir. Las circunstancias los arrastran hasta las postrimerías del continente helado, la Antártida, donde el protagonista de la historia acaba imponiéndose, gracias a su físico y no sé qué más, porque carece de carisma y no habla, y gobierna en diversos territorios, aunque enseguida es derrocado y prosigue su lastimera existencia. Entre medias tiene un hijo, echa de menos a su padre y a su amante, y se le antoja encontrar de nuevo al abuelo, que se ha perdido con un trineo tirado por perros en mitad de la Antártida mientras recitaba la Biblia. Ah, y se encuentra con su madre convertida en albatros mágico que lo invita a encontrar su destino. O algo parecido.

Y ahora, señor Batchelor, le efectúo una pregunta: ¿por qué lo hiciste?

No podré contar más de la historia porque me siento en la obligación de advertiros que jamás os acerquéis a este libro. Podría definirse como novela social de ciencia ficción, pero carece completamente de aliento épico, de ritmo narrativo, de personajes con carisma. Está escrito cual si se tratase de una sinopsis de más de quinientas páginas. Me explico: las dimensiones en espacio y tiempo del relato son gigantescas, la abundancia de aventuras y personajes también, incluso el argumento es más que interesante, tanto que cabría esperar que, con semejantes ingredientes, Batchelor cocinara una monumental epopeya. Pero no sucede así. El principal problema es que las escenas y los diálogos brillan por su casi absoluta ausencia. Y al no haber ni escenas ni diálogos, parece que el ritmo se detiene y los personajes se difuminan en mitad de párrafos descriptivos en los cuales se cuenta mucho pero no se dice nada que interese. Las páginas son leídas una tras otra esperando a que llegue lo bueno, pero no. Con estas dos carencias, se espera al menos una descripción de los personajes, pero tampoco las hay. Una cuarentena de individuos son metidos en la acción sin ser presentados, incluso hay algunos principales que aparecen por primera vez a treinta páginas del final, como si ya los conociéramos de antes; tampoco se toma la molestia de presentarlos durante el transcurso de sus vicisitudes. Ciertos personajes, aparentemente importantes y desencadenantes de las tribulaciones del protagonista, son de repente relegados a un segundo plano, vagando como almas en pena hasta que, de pronto, desaparecen. Al parecer, Batchleor se cansó de hablar de ellos y confió en que sus lectores los olvidarían, pero no resultó. Por tanto, yo tampoco me molestaré en referir aquí siquiera el nombre del protagonista.

Pocos libros conseguirán hacerte dudar si abandonarlo hasta la última página. Este es uno de ellos.

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