martes, 30 de octubre de 2012

El olvido que seremos


Nunca he sentido predilección por los libros que hablan de realidades cotidianas, mucho menos por los autobiográficos. El olvido que seremos lo compré por recomendación de una compañera de clase de narrativa. Me fiaba de su criterio, si bien no supe hasta iniciada su lectura, ni siquiera me bastó la reseña de la contraportada, que se trataba de un libro autobiográfico, escrito por necesidad de decir al mundo quién fue su padre y por qué fue asesinado.

Para empezar, el libro está dedicado a Alberto Aguirre y Carlos Gaviria, sobrevivientes, compañeros de su padre en la lucha contra los crímenes e injusticias cometidos en Colombia. La cita que aparece a continuación, antes del inicio del relato de los hechos, me parece tan preciosa que me veo obligado a transcribirla:

Y por amor a la memoria
llevo sobre mi cara la cara de mi padre.

Yehuda Amijai

Después de esto, nos sumergimos en lo que en un principio parece la bonita historia de un hijo y un padre con final trágico. De cómo el padre ama al hijo por encima de sus cinco hermanas, lo sumerge en los libros de ciencia y filosofía de forma paralela a la educación religiosa que recibe en el colegio; y de cómo, gradualmente, el padre se implica de lleno en la lucha contra las injusticias sociales que ahogaban (y aún ahogan) al pueblo colombiano, poniendo en peligro su plaza de profesor en la Universidad, e incluso su vida.

Sin embargo, conforme vas avanzando, Héctor Abad hijo, por medio de una prosa dulce y muy cuidada, te bombardea con reflexiones que obligan a doblar la esquina de la página para recordarla (romanticismos de los libros en papel). Casi veinte años le costó parir este libro, dice, por no caer en la sensiblería, por poder contar la verdadera historia desde la perspectiva que ofrece el distanciamiento en el tiempo. Y a buen seguro que ha merecido la pena, porque no retrata a Héctor Abad Gómez (su padre) como a una especie de deidad cuasi perfecta, sino con sus virtudes y defectos. A lo largo de más de doscientas cincuenta páginas dibuja una persona fascinante, llena de claroscuros: un profesor de medicina, pero que más bien era educador en materia de higiene; un médico que no diagnosticaba, que abogaba por una mejora de la calidad del agua para evitar las enfermedades que acuciaban al pueblo; un defensor de los derechos humanos, pero de corte machista; un activista, pero que casi nunca finiquitaba sus cometidos; un padre que no reñía a sus hijos, que los amaba, sobre todo a Héctor Abad hijo, pero que, sin embargo, no supo manejar la tragedia de la muerte de su hija Marta, adolescente, a quien, desde entonces, quiso recordarla como si sólo hubiera existido en su imaginación; un marido que también amaba a su mujer, pero que la profunda marca que dejó la pérdida de su hija hizo que nunca más volvieran a hacer el amor; un hombre cristiano en religión, liberal en economía y socialista en política; un hombre que se sabía amenazado por el crimen organizado, mientras el gobierno de Colombia miraba hacia otro lado, y que no tenía otra cosa que dar aún más la cara durante las manifestaciones, en las cuales a menudo se quedaba solo ante la policía.

A través de todos estos rostros de una misma persona, Héctor Abad Faciolince construye un crisol de reflexiones sobre vida y muerte, religión, política y humanidad. Concluye capítulos con sentencias lapidarias, algunas trágicas, otras alegres, y otras de mucha valentía con las que se señala a sí mismo delante de la mafia colombiana. El olvido que seremos, si bien es un homenaje a la figura fascinante de su padre, supone un retrato de una sociedad que todos deberíamos leer, pues muchos de los dramas que cuenta comenzaron con medidas políticas muy familiares hoy en día. Y pone los vellos de punta.

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